Hoy, hace 201 años el pueblo de Madrid se levantó contra el invasor francés, al mando del cual estaba Napoleón Bonaparte. Pero, ¿cómo se llegó a esta situación?
Podemos remontarnos a 1805 cuando Francia y España se unieron contra Inglaterra, luchando en Trafalgar y donde el bando hispano-francés sufrió una dura derrota. Napoleón aspiraba a aislar a Inglaterra y en su camino España estaba sumisa.
Pero en esto que Godoy y Napoleón firman en 1807 el tratado de Fontainebleau, donde España y Francia pactaban la invasión de Portugal para lograr el deseado aislamiento de Gran Bretaña. Meses después, el odio hacia Godoy y el posterior Motín de Aranjuez en 1808 y la lucha intestina entre Carlos IV y Fernando VII parecía servir en bandeja de plata a la pobre España.
Napoleón movió ficha y mandó a España unas decenas de miles de soldados con la excusa de invadir Portugal. Pero como quiera que los españoles somos muy tontos, no nos dimos cuenta que sólo era un movimiento encubierto para ocupar España, era marzo de 1808. Una vez Fernando VII se hizo con el trono, Napoleón les llamó a él y a su padre a Bayona, donde los muy valientes y defensores de la patria firmaron las Abdicaciones de Bayona, donde vendían el trono español al hermanísimo de Napoléon, José, que ascendería como José I, o más popularmente conocido como Pepe Botella.
Mientras esto se producía, las tropas francesas iban desalojando a la familia real, en esto que el pueblo, con un ataque de orquitis, protestó enérgicamente ante lo que entendían como la expulsión del infante Francisco de Paula. Se concentraron en torno al Palacio Real, momento que el oficial al mando, Murat, aprovechó para ordenar atacar al pueblo. No sólo se juntaba la ocupación del país, la expulsión de la monarquía, sino que ahora los ánimos se encolerizaban por las muertes de inocentes. El pueblo de Madrid dijo hasta aquí hemos llegado.
Las batallas fueron muy desiguales, pues si de un bando había un ejército de 30.000 hombres bien armados, por el otro sólo había una chusma furiosa y desarmada, por lo que eran bienvenidos cualquier cosa que pudiese utilizarse como arma. Goya reflejaría estos acontecimientos del 2 de Mayo en el célebre cuadro titulado La carga de los Mamelucos, donde estos militares acabaron con todo lo que se movía.
¿Y qué hicieron los militares españoles? Pues poco menos que tocarse las narices por no decir otra cosa, las órdenes son las órdenes. En esto que dos oficiales, Daoiz y Velarde desobedecieron a sus mandos superiores y se unieron a la revuelta, dando armas al pueblo. Se atrincheraron en el Parque de Artillería de Monteleón. Aguantaron lo que pudieron las acometidas francesas pero murieron… eso sí, heroicamente.
A eso de las dos de la tarde, se sofocó la revuelta, pero se extendería poco después a todo el país. Murat no dejó las cosas pasar y se encargó de una represión ejemplar: hombres, mujeres e incluso niños morirían fusilados. Para que se llevase a cabo, Murat creó una comisión militar al frente del cual se puso a Grouchy, donde españoles colaboraron a su consecución. Goya, una vez más, refleja fielmente el horror de los fusilados y la falta de humanidad de los soldados franceses, a los que no se les ve el rostro. Los fusilamientos del 3 de Mayo, muestra los horrores de la guerra, sin fecha, sin establecer punto geográfico. (vale sí, montaña del Principe Pio, pero no me refiero a eso xD). Es la muerte de inocentes a manos de irracionales. Decenas de miles de profesionales bien armados contra un pueblo indefenso que sólo defendía su país, su patria. Mientras que la monarquía y el poder miraban para otro lado o defendían la ocupación. Hay entre los poderosos aquellos que no merecen el pueblo al que gobiernan. Éste es un ejemplo de ello.
Con todo, los españoles no se rindieron ni dejaron que el miedo a ser fusilado se apoderase de ellos. De este modo, Móstoles fue el primero en reaccionar con el bando municipal que llamaba a todos los españoles a acudir en socorro de la capital, firmado por los alcaldes de la población, Andrés Torrejón y Simón Hernández ante la petición de Juan Pérez Villamil. Comenzaba así la guerra de la Independencia española, que terminaría allá por 1814, con la Constitución liberal de 1812 de por medio. España trajo de cabeza a Napoleón pues esperaba poco menos que un paseo militar pero se encontró lo que vino a denominarse como guerra de guerrillas: equipo pequeño de combate conocedores del terreno que atacaban con rapidez al adversario y que huían con la misma celeridad. Las diferentes campañas militares de 1814 con derrotas así como su fracaso en su lucha con Rusia, forzaron la salida francesa vía acuerdo con Fernando VII a cambio de recuperar su trono. Una vez más, este miserable jugaba con España velando sólo por sus intereses.
El patriotismo y fiereza justificada en esos momentos de la historia deberían ser sin duda un ejemplo para los españoles de hoy, o al menos de manera más ajustada a los tiempos actuales, contra aquellos que atentan contra el futuro del país: económico, político y social. Y es que nuestro siempre odiado ZP no se diferencia mucho de Fernando VII: ambos van a su propio interés sin importarles lo más mínimo qué será de la patria, del país que antaño fue envidiada por un imperio donde no se ponía el sol. ZP no cree en España, dejaría impune una invasión como la de perejil pero a gran escala, empezando por las ciudades autónomas y siguiendo por Andalucía, pues en su alianza de civilizaciones no hay hueco ni respuesta bélica posible. Es un cobarde que si hubiese sido el Rey de España en 1808, hubiese abdicado… eso sí, con talante.
Caminamos hacia el abismo económico de la mano de alguien que mintió para ganar unas elecciones y que cuatro años antes se aprovechó del mayor atentado de la historia de España, violando la jornada de reflexión, censurando las supuestas mentiras del gobierno por aquel entonces y contaminando a la opinión pública con sus filtraciones a la SER a cuenta de falsos cadáveres con cinturones de explosivos. Fernando VII puede ser un gobernante de los más detestables de la historia española, pero Zapatero debería ocupar su diestra por méritos propios.
En la democracia ateniense se instauró lo que se llama el ostracismo de la mano de Clístenes. Cada año, se votaba en trozos de barro por aquella persona a la que se quería que se le practicase. Si se llegaba a cierto número, esa persona era condenada a 10 años de destierro. El motivo, fundamentalmente, solía ser el acaparamiento del poder, ser un tirano. No me cabe la menor duda que si ZP hubiese sido dirigente en aquel tiempo o si el ostracismo se siguiese aplicando, sería sin duda el candidato número uno.
4 comentarios:
Bravo por la descripción tan buena y precisa que haces de los acontecimientos pasados y presentes.
Me ha gustado mucho este artículo.
Un saludo muy fuerte
"El patriotismo y fiereza justificada en esos momentos de la historia deberían ser sin duda un ejemplo para los españoles de hoy, o al menos de manera más ajustada a los tiempos actuales, contra aquellos que atentan contra el futuro del país: económico, político y social."
TOTALMENTE de acuerdo. Me siento orgulloso de esa fecha. Hoy es un buen día.
Excelente post. Hoy es un buen día.
Un saludo
Si señor, claro y conciso, que lastima que lo que en otro pais seria fiesta nacional aqui pase desapercibido...y es que ya no quedan españoles como los de entonces, mira sino como estamos; gobernados por un afrancesado.
Un saludo.
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