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martes, 13 de abril de 2010

Nada sucede dos veces, por Emilio Quintana

En Libertad Digital, en su suplemento de Exteriores. Muy emotivo

"Nada sucede dos veces / ni va a suceder, por eso / sin experiencia nacemos, sin rutina moriremos", escribió Wislawa Szymborska. Y Carlos Marx: "La historia se repite primero como tragedia y después como comedia".

Si hay un pueblo acostumbrado a las ironías de la Historia, ese es el polaco. De los sucesivos bofetones que a partir del siglo XVIII fueron recibiendo de rusos, austriacos y alemanes, aprendió que el mesianismo no llevaba a ninguna parte y que era mejor tomarse los dramas con filosofía. Probablemente es el único pueblo del mundo que ha hecho de un bufón su símbolo nacional. En ninguna otra parte han surgido satíricos como en aquellas tierras, ni mentes más lúcidas en el arte de unir escepticismo, pensamiento y poesía en una nueva forma única: Wislawa Szymborska, Zbigniew Herbert, Bruno Schultz, Stanislaw Jerzy Lec, Witold Gombrowicz... La tragedia de este fin de semana alimenta la leyenda polaca, pero al mismo tiempo tiene lugar en un país normalizado, integrado en Europa, que avanza lento pero seguro de sus fuerzas y en el que nadie es imprescindible.

Los polacos habían tenido que esperar setenta años para que un político ruso aceptara rendir homenaje a los 22.000 oficiales asesinados en el bosque de Katyn. En una clásica operación de eliminación de élites intermedias, fue la NKVD la encargada por Stalin de llevar a cabo el trabajo sucio, en la primavera de 1940. Hace unos días pudimos ver cómo Vladimir Putin depositaba una corona de flores en el monumento a los caídos de Katyń, en compañía del primer ministro de Polonia, el liberal Donald Tusk. Putin habló de "crimen sin justificación cometido por el régimen totalitario de Rusia" y descargó de culpa al "pueblo ruso". No es poco para quien se ha propuesto hacer de pequeño Stalin posmoderno.

Durante medio siglo la propaganda socialista había declinado cualquier responsabilidad ante la masacre y le había echado la culpa a la Alemania de Hitler. Gorbachov fue el primero en reconocer en 1990 la autoría de la matanza, y la apertura de los archivos rusos de la época ha hecho que salgan a la luz los documentos que han permitido esclarecer finalmente el episodio, sobre todo después del libro de Victor Zaslavsky Class Cleaning: The Massacre at Katyn. Que un estalianiano como Putin accediera a un reconocimiento público tan importante (¿cuándo hará lo mismo Turquía en relación con el genocidio de los armenios durante la Gran Guerra?), así como la aparición de los libros de Zaslavsky, o que Andrzej Wajda filmara esa obra maestra que es Katyń (2007), convertida ya en pieza de culto en Polonia, parecían signos de que la herida empezaba a intentar cerrarse. La tragedia de este fin de semana ha tenido el efecto de unir por unos días a rusos y polacos. La TV de Putin emitió el sábado en horario de máxima audiencia la película de Wajda, que muchos rusos han visto por primera vez, ya que se había emitido el 2 de abril de tapadillo: en un canal cultural que emite por cable. En España se estrenó sin pena ni gloria en octubre pasado, algo que no sorprende en un país que ha decidido no conocer su Historia y que tiene en la matanza de Paracuellos lo más parecido a un Katyń propio.

Lo ocurrido este fin de semana en Polonia parece una broma de mal gusto inventada por Stańczyk, el bufón de la Corte de los Jaguelones. La comedia de que hablaba Marx se ha llevado por delante al presidente de la República, a su mujer, a varios diputados, al Jefe del Estado Mayor del Ejército y a otros altos mandos militares, al ex presidente en el exilio Kaczorowski (que tuvo el honor de dar paso a Lech Wałęsa cuando éste ganó las primeras elecciones libres), al gobernador del Banco Central, al vicepresidente del Congreso (Sejm), a la vicepresidente del Senado, al viceministro de Exteriores y a otros altos cargos del Estado polaco. Gente importante pero no insustituible, víctimas de esta segunda Katyń que tiene más de teatro del absurdo que de tragedia: como si de una narración grotesca de Gombrowicz se tratara, las víctimas viajaban en un Tupolev Tu-154, un aparato de fabricación soviética.

La auténtica lección la está dando la ciudadanía polaca en su conjunto. Jarosław Kaczyński ha reconocido el cuerpo de su hermano. Se anuncian elecciones anticipadas para antes de julio. Lech Kaczyński estaba en horas bajas, con una popularidad de apenas el 20%, pero Polonia entera se ha reunido en torno al Palacio Presidencial (Pałac Prezydencki), más allá de la ideología y los partidos, llorando y rezando, con flores, banderas y velas. El primero en estar allí ha sido Donald Tusk, su oponente liberal, que ha visitado el lugar del accidente junto a Putin. Se han decretado dos semanas de luto nacional. Las funciones presidenciales han sido asumidas en primera instancia por el presidente del Sejm, Bronisław Komorowski, que será el candidato de los liberales de Plataforma Cívica (Platforma Obywatelska) en las presidenciales. Nada que ver con el espectáculo denigrante que las élites y buena parte de la ciudadanía española dieron a raíz de los atentados del 11 de marzo de 2004, y que ya presagiaba la profunda crisis económica, institucional y ética que vive la España actual.

Este accidente alimentará la conciencia fatalista del pueblo polaco, al mismo tiempo herido de mesianismo y juguete constante de la ira de Dios a lo largo de la Historia. En 1991 había una tienda de dados en el Palacio Real de Wawel, en Cracovia. Uno se preguntaba: ¿será aquí donde Dios juega a los dados? La tienda la cerraron hace años.

El 4 de mayo de 1949, a las 17:05 hora local, el trimotor FIAT N212 de las Aerolíneas Italianas que llevaba de vuelta a casa al Torino, el mejor equipo de fútbol del momento, se estrellaba en medio de una densa niebla contra los muros del jardín de la Basílica de Superga, en los alrededores del aeropuerto de Turín, mientras intentaba el aterrizaje. Allí pereció al completo el Grande Torino, capitaneado por Valentino Mazzola, el equipo imbatible (no perdía un partido desde febrero de 1943) que había derrotado a la Hungría de Puskas y llevaba cinco scudetti consecutivos y un impoluto palmarés internacional. En la Italia de posguerra, los futbolistas del Toro, con su impugnable camiseta granate, representaban la magia cotidiana, la esperanza de una recuperación nacional; su desaparición fue un mazazo para todos los italianos.

Las tragedias personales son siempre dolorosas. Tantas historias como las de Jarosław: "A mi abuelo lo mataron en Katyn en 1940, ahora he perdido a mi madre y a mi hijo". Pero los polacos nunca han tenido tantos suplentes de talento en el banquillo, nunca han sido tan fuertes, nunca han estado tan unidos. Guardarán un luto sincero durante un tiempo y seguirán adelante, dando un nuevo ejemplo a Europa.

1 comentario:

Caballero ZP dijo...

La verdad que es ejemplar la reacción de los polacos ante esta tragedia.
Saludos